domingo, 23 de agosto de 2009

Guerra de papeles en el Congreso

CANIBALISMO ELECTORAL EN EL CONGRESO NACIONAL
Por Jorge Montecino
La política se vulgariza y pierde todo contenido, en las propias manos de quienes debieran ponderarla. Surge el “canibalismo electoral” que implica obtener votos y preferencias electorales, a cualquier precio.
El lanzamiento mutuo de un papel (Un Supuesto Decreto) entre el Ministro del Interior, Edmundo Pérez-Yoma y el Diputado UDI, Gonzalo Arenas, en pleno Congreso Nacional, demuestra el deterioro de la calidad de la acción política en el país.
Dicha situación se complementa con otras conductas igualmente repudiables que involucra a la clase política. Recordemos las oficinas parlamentarias en casa de amigos; la utilización de vehículos fiscales en actividades privadas de Ministros y Subsecretarios; la utilización del cargo para burlar las reglas del transito, e incluso la presión sobre agentes del Estado, para no ser multado. Todos aspectos que aparecen como una práctica casi habitual entre funcionarios políticos.
Está cierta impunidad, curiosamente es copiada por otros actores, como es el caso de algunos candidatos políticos, que sin mediar responsabilidad alguna, y amparados en algunos vacíos legales, copan los espacios públicos con propaganda electoral, mucho antes que comience el plazo legal que les otorga la Ley.
¿Qué está ocurriendo con los servidores públicos?
Asistimos al deterioro de la ética pública y las buenas costumbres, así como el respeto y la diversidad de conductas entre actores públicos. Vale decir, la acción política, como un bien público, se agota y surge el “canibalismo electoral” que implica obtener votos y preferencias electorales, a cualquier precio, no importando en demasiado, el costo que esto implique.
La inmediatez por la captura de los votos o por sacar ventajas electorales sobre el adversario político, es una práctica nociva para el sistema político. Esto ocurre por qué los candidatos y partidos políticos, requieren obtener votos, no importando en demasiado los contenidos programáticos. El “mercado electoral” exige cuotas determinadas de votos. Para ello algunos están dispuestos a obtenerlas sin mediar consecuencias.
Dichas acciones se concentran principalmente pensando en aquellos sectores llamados electoralmente “indecisos”, que votan o dejan de votar, ante cualquier situación mediática, por muy particular que resulte.
En un año electoral, estrecho, en cuyo efecto, el poder pudiera resolverse por miles de votos, los escándalos mediáticos, por pequeño que parezcan suman “votos indecisos”, a las preferencias de quienes le saquen mejor provecho. Además, en un país electoralmente dividido, la propaganda de las campañas, está dirigido a los sectores que no tienen sus preferencias políticas resueltas. Vale decir, reciben el “Bombardeo Electoral” de casi todos los candidatos.
Esta práctica promueve que la política se vulgarice y pierda todo contenido, en las propias manos de quienes debieran ponderarla, como una de las acciones más nobles de la sociedad. Lamentablemente lo que distingue la política de otros aspectos públicos, se pierde. Tal vez, es lo verdaderamente importante del incidente entre él Ministro y él Diputado. De lo demás, poco se sabe.
EL FIN DE LA VIRTUD
Por Jorge Andrés Gómez Arismendi
El episodio entre representantes de dos poderes del Estado sólo muestra que la virtud (el arete), aquello que tanto valoraban los griegos, está desaparecida.
Para Aristóteles, el político, según su apetito recto, relacionado con las virtudes humanas, desarrolla la virtud en el aspecto práctico, pues conoce para obrar bien. Ese es su fin último, el bien común de la polis, por tanto ejerce su poder en forma racional sobre la polis.
“Poder se dice también de la facultad de hacer bien alguna cosa o de hacerla en virtud de su voluntad” (Aristóteles, 2000: 149).
La política debe ser conocida por quienes practican apetitos rectos, deben tener ética, que es parte de la filosofía práctica, junto a la política y la economía.
Según Aristóteles quien legisla y gobierna debe volcar su virtud, su conocimiento hacía la praxis, para ser un buen ciudadano y generar el bien común. Por eso el ideal de gobierno de Aristóteles es la aristocracia o el gobierno de los virtuosos.
Por lo mismo, Aristóteles justifica el poder ejercido por los aristócratas políticos, quienes serían los más virtuosos de la polis y los únicos capaces de obrar según la virtud, el bien obrar, y las virtudes máximas, la templanza, la fortaleza, la justicia y la prudencia.
Pero ¿Se cumplen hoy día esas premisas? Al parecer no. Los hechos lo demuestran claramente.
La guerra de papeles entre el ministro del Interior, Edmundo Pérez Yoma y el diputado Arenas en plena sesión del Congreso donde se interpelaba al representante del Ejecutivo por la situación en la Araucanía, son sólo otro ejemplo de este claro debilitamiento y la degradación de la “aristocracia”.
Pero esta semana hemos tenido otras dos muestras de que el arete (la virtud) se perdió en gran medida con: las declaraciones de Evelyn Matthei en cuanto al mal uso de asignaciones parlamentarias; y el uso de vehículos fiscales para un acto de campaña de Eduardo Frei.
Así, y como diciendo, si todos lo hacen es normal y correcto, sin ningún tipo de vergüenza –y más bien como una justificación- Evelyn Matthei declaró que lo que se le acusa a la diputada Claudia Nogueira (UDI) –mal uso de recursos públicos y asignaciones parlamentarias- es una práctica generalizada, que es común a todos los diputados, y que es un "pecado colectivo" pues todos lo hacen.
Planteó que existían dos opciones: o un desfile de diputados en tribunales o un arreglo político (el uso de un resquicio para hacer que la falta no sea tal, tal como se hizo con el caso sobresueldos el 2003).
Claramente la primera medida es la más democrática, pues permite que funcionen los checks and balance (que el poder tenga contrapesos). La segunda, es claramente una medida elitista, donde la clase política protege sus intereses y no los de los ciudadanos.
Como es lógico y no por eso ético, la senadora prefiere la segunda solución.
Como la virtud no es de exclusividad de una clase, ideología, credo, raza o grupo social, la perdida del arete que valoraba Aristóteles, parece ser transversal en nuestro escenario político actual.
Por eso, la ministra de Cultura, Paulina Urrutia; de Trabajo, Claudia Serrano y a la subsecretaria de Minería, Verónica Barahona, no tuvieron problemas en utilizar vehículos oficiales para asistir a una actividad de campaña de Eduardo Frei, aún cuando una orden del propio Ejecutivo, o sea de la Presidenta, impedía tal uso.
Sin embargo, y en la misma lógica de Matthei, en cuanto a que si todos lo hacen es normal y correcto, el ministro Viera-Gallo –quién además usa balizas aunque es ilegal- en apoyo a las ministras, dijo que él también usa el vehículo para actividades no propias del cargo.
En ambos casos, el mal uso de los recursos públicos, obtenidos a través de los impuestos que los ciudadanos comunes y corrientes pagan, son utilizados por las elites en pro de sus propios intereses, y peor aún esos malos usos son justificados en nombre del bien común a través de subterfugios.
Por eso, la guerra de papeles entre representantes de dos poderes del Estado en pleno Congreso y a vista y paciencia de todos, sólo muestra que la virtud (el arete), al que apelaba el gran Filósofo griego, está desaparecida casi en su totalidad en la propia “aristocracia” chilena, que más parece degradada.
Y todos ya sabemos que cuando la Aristocracia se pervierte, se convierte en Oligarquía.
-Aristóteles. (2000) La Metafísica. Colección Austral, Madrid.

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